Oda al Fútbol
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Hay días en los que Dios se viste de Martin Scorsese.
Ayer, dirigió un mito Griego en un mundo moderno. Europa vs. Sudamérica. El rey vs. su heredero. Los dos países con dos copas. Cabernet vs. Malbec. Por donde quieras se encuentran rivalidades (banales o significativas).
Fue uno de esos días donde sabías que algo iba a pasar. Y qué todo iba a ser distinto después. Más de mil millones de personas con la misma expectativa. Hasta los que no siguen el deporte sabían que el 18 de diciembre, no iba a ser un domingo de rutina.
Ayer fue un día donde el no ser ni Argentino ni Francés no evitaba los escalofríos de escuchar La Marsellesa o el Himno Nacional Argentino. El nacionalismo conmueve; por eso somos adictos a este concepto.
Todo esto me hizo pensar ¿Por qué nos mueve el fútbol tanto? ¿Cómo hemos llegado a este punto, y por qué no soy ni el único loco, ni el más loco por este deporte?
El partido nos dio la respuesta.
Crónica
Lo visto en el torneo dejaba claras las ventajas de cada uno. Francia con un monopolio de talento tan obsceno cómo el monopolio de la belleza que tiene Paris. Mientras tanto, Argentina llegaba crecido y con corazón de gigante. Bañados de ese orgullo, a veces soberbia, que el resto de los sudamericanos miramos con desprecio…y mucha envidia.
En los primeros minutos Argentina salió revoliático, cómo pirañas del Río Paraná. Presión desde la primera línea con Julian Alvarez que lleva Red Bull en la sangre y apuraba la salida de Upamecano y Varane. Mac Allister, Enzo, y De Paul se adueñaron del medio campo. La noche le pedía a Griezmann vestirse de Zidane y orquestar el juego de los Bleus, pero jugar cómo el 10 de Francia aún pesa mucho.
El tridente ofensivo de Mbappe, Giroud, y Dembele tuvo un primer tiempo fantasmagórico. El primero, aislado por estrategía (abandonar la franja derecha y salir con Tagliafico en la izquierda). Los otros dos, tan pálida su actuación, que ni acabaron el primer tiempo, siendo sustituidos por Thuram y Muani. Benzema, el Ballon D’Or, sentado en otro continente por capricho gerencial.
El primer gol de la noche fue la bendición de un Ángel. Ese Di Maria que ya es cábala por su manera de apropiarse de las finales y que con un slalom retó a Dembele a meter la pierna por donde no se debe, en el área que menos conviene. Sagacidad pura para ganarse un penal debatible en lo subjetivo, pero al pie de la regla.
Y apareció el 10 de Argentina. Lionel, que en el minuto 22 a los 22 segundos cruzó a Lloris con la zurda más absurda del planeta. No soy fan de la numerología. Pero amo la simetría.
Trece minutos después, un contragolpe al son de cuatro pases: Mac Allister a Messi, Messi a Alvarez, Alvarez a Mac Allister, Mac Allister a Di Maria y Pum! Golazo. El Ángel se le aparecía a Argentina otra vez. El contragolpe es la jugada más bonita del fútbol–es una lluvia de meteoros.
Un 2-0 que premiaba la garra Argentina y que en el primer tiempo dominó absolutamente todas las fases del juego. Francia, está Francia con una ofensiva Napoleónica, no logró ni un disparo al arco. Cuando se juega así de lindo se suele decirle Fútbol Champagne. Pero el dominio Argentino lo volvió Fútbol Mate.
La expectativa al finalizar el medio tiempo era que Francia saliera a establecer su jerarquía en la segunda mitad. Era lo lógico, lo anticipado. Que Deschamps se vistiera de su compatriota Hervé Renard, el que le había ganado a Argentina en ese mismo estadio un par de semanas atrás, y despertar el orgullo Francés icónico de su selección.
La realidad es que Francia arrancó el segundo tiempo bajo un efecto somnífero. Los primeros 20 minutos fueron una copia de la primera parte. Pero se asomaba el desgaste Argentino. Ese ritmo taquicárdico se estaba empezando a mermar, en particular con Di Maria. El fideo dio paso al pitbull Acuña. Scaloni tenia que reforzar. Deschamps vio la salida del alfil Argentino, y decidió poner dos caballos en el tablero: Coman y Camavinga.
Coman–extremo letal que le había arrebatado el sueño de la Champions al PSG de Mbappe y Neymar un par de años atrás. Camavinga–ese pelado de 20 años que juega con descaro y que tiene el aura Madridista de las remontadas.
En menos de 10 minutos, le cambiaron la cara al partido. Coman se comía la defensa Argentina, que ya jugaba con piernas de plomo. Francia despertó. En el 79’, Muani pegó un esprint de esos que hacemos para ganarle al semáforo antes de que se vuelva rojo. Otamendi, ese que vivió el luto del 2014, en su impotencia lo agarró por donde no debía, en la zona que menos le convenía. Penal subjetivo, pero al pie de la regla. ¿Ya les conté que amo la simetría?
Y Mbappe, la estrella fantasma que no aparecía, disparó a la derecha del Dibu Martinez, que solo logró acariciarla en su trayectoria hacia la red. 2-1. Déjenme nerdear un poco, pero en ese momento, Mbappe se volvió Super Saiyajin.
El fútbol tiene muchos clichés. Uno de ellos es que el 2-0 es el marcador más traicionero. Por algo los clichés existen.
No habían pasado más de 90 segundos del gritó consternado Argentino y el grito eufórico Francés. Mbappe construyó la pared perfecta con Thuram y con una de esas voleas soñadas que practicamos en nuestra niñez, puso el juego en tablas.
Francia revivió. Quería escribir su propia epopeya.
El semblante argentino preocupaba. Los casi 80.000 hinchas albicelestes en Lusail pagaron 20 minutos de silencio mientras la minoría francesa estaba en delirio, crecida. Los partidos también se juegan en las gradas. Esas arengas argentinas que se deben considerar patrimonio de la humanidad por la UNESCO, dejaron de sonar. Eso es oxígeno para los 11 en la cancha. Pero todos se estaban ahogando.
Un tiro que exigió al Dibu y otro a Lloris, fueron los puntos de exclamación a esta película de 90 minutos que ya tenía segunda parte: La prórroga. Esa prórroga de terror para los argentinos, que viven con cicatriz abierta ese desmarque de Mario Gotze en el minuto 113 que le rompió el corazón a más de 40 millones en el 2014.
A estas alturas, ya no se juega con la estrategia diseñada en el camerino. Es una batalla campal donde todos se creen William Wallace liberando a Escocia. Así de grande se siente este deporte. Ambos técnicos movieron más fichas: Fofana por Rabiot en el lado azul, y DePaul y Alvarez dieron paso a Paredes y Lautaro por los albicelestes.
Mbappe seguía creciendo causando estragos. Pero Messi, ese Messi protagonista, encontró un segundo aire a pesar de la física y la química. Sus piernas de plomo se volvieron gambas de fibra de carbono. Su sangre se llenó de adrenalina. Es un alquimista.
Un Messi rejuvenecido y un Lautaro fresquito, le devolvieron la voz a su país en el 108’ después de un riflazo de Lautaro que Lloris, con toda la valentía del mundo defendió con su cara pero que rebotó en el camino del chico de Rosario, que la empujo con la destra. Ni la reacción felina de Kounde pudo evitar que el balón cruzara la línea de gol por centímetros. Ya está. Este es el final feliz, la película llegaba a su fin.
Pero no. Faltaban un par de escenas cardiacas. Y este Mbappe super saiyajin se iba a hacer respetar. En el minuto 115 tras un tiro de esquina, su remate fuera del área le pegó al antebrazo de Montiel. Penal subjetivo, pero al pie de la regla. Mbappe no perdonó. 3-3. Volvimos a la simetría.
En los últimos suspiros de la prórroga, mientras millones de casas sacaban el rosario de la caja de joyas para la tanda de penales, surgió la última jugada milimétrica de la noche. Un flashback de esos que se usan en las películas para meterle más drama. Muani recibe pase entre los zagueros. Robben recibe pase entre los zagueros. Muani recibe y se perfila solo versus el Dibu. Robben recibe y se perfila solo versus Casillas. Muani dispara. Robben dispara. La pierna izquierda del Dibu la tapa. La pierna derecha de Casillas la tapa. La misma jugada a la de la final del 2010 con copia casi perfecta. El fútbol es cruel y le gusta repetir.
Nos vamos a penales. Los penales, el ritual más sádico y más bello de los deportes. Siempre nos quejamos de lo cruel que es, pero los queremos. Es un amor tóxico. Con rosarios en mano, y manos en posición de oración, millones de millones llamaban a su Dios en esos momentos. Pero Él también estaba ocupado viendo el partido, los jugadores son los que tenían que resolver.
La tanda de penales arrancó con las figuras superlativas de este mundial; Messi y Mbappe. No defraudaron. Que increíble tener la responsabilidad de Atlas y no titubear. Le tocaba Coman. El que le devolvió la vida a Francia con su rebeldía, pero que se encontró con la versión más temible y desagradable del cancerbero Argentino: Dibu modo penales. Es un parásito cerebral. Grosero, mañoso, arrogante…brillante. Le tapó el penal a Coman.
Era el turno de la joya Dybala. Ese que tiene cara de Peter Pan y que entró en los minutos finales de la prórroga para cobrar su penal y cumplió su trabajo.
La presión aumentaba para Tchouaméni. Ese jugador precoz de 22 al que lo han obligado a crecer en el campo a pasos agigantados. Primero, para suplir el vacío de Casemiro en el Real Madrid, y en la selección para reemplazar a Kanté. Lo que le sobra de talento le falta en experiencia y el Dibu modo penales lo intimidó lo suficiente para mandar su tiro fuera del arco. Todo héroe (Messi) tiene un aliado despreciable (Martinez) que es fundamental para la victoria.
Paredes metió su gol y Muani también–aunque este no pesaba tanto como el que Martinez le paró en la última de la prórroga.
Era la hora de Montiel. Ese que con su antebrazo le había dado el empate agónico a Francia, tenía la oportunidad de convertir esa agonía en euforia, en un grito de gloria con el que un pueblo de 45 millones soñaba y que cientos de millones también pedían para hacerle justicia a la máxima estrella de este deporte.
Derechazo a la izquierda cruzando a Lloris. Gol. Gol. GOOOOOL! Argentina campeón.
Decíme, decíme lo que se siente
Decíme Argentino cómo se siente ser campeón.
Lionel el sol
El fútbol nos regala días como este. Una consagración después de una batalla de época. Estos son los días en los que se valida por qué amamos este deporte—el por qué el grito de gol y las lágrimas de la derrota son multigeneracionales y omnipresentes. El fútbol en su máxima expresión es un microcosmo de lo que vivimos. La cancha es la vía láctea–diminuta e insignificante en el contexto del infinito universo. Pero es nuestra galaxia. Y todas las galaxias tienen una estrella que la define. Nuestra estrella es Lionel Messi.
El. El que no quiere que lo endiosen, pero que tiene desde Argentina a Bangladesh a sus pies. El que creó escasez del color Azul Celeste Pantone 7688 C. El que con una sonrisa, se vuelve el espejo de nuestras fantasías. El que tenía hasta a Mario Gotze, su verdugo, celebrando la justicia divina. El que a este hincha madridista siempre me sacaba una sonrisa con sus fintas en los Clásicos. Puedo tener el alma merengue, pero la vida es muy corta para no honrar la grandeza.
La magia de lo mundano
Recientemente, alguien me dijo esto: La magia está en que lo mundano nunca deje de ser interesante.
Esto es lo mundano: 22 hombres en una cancha de 105 x 68m, pateando una pelota de 450g hecha de poliuretano y poliéster proveniente de Indonesia, corriendo por más de 90 minutos, con el solo objetivo de meterla en un rectángulo de 7,3 x 2,44m con una línea trazada que nos inculca que la vida es de milímetros.
Esto es lo interesante: 22 hombres que han dado más de 20.000 horas de sus vidas, alejados de sus pueblos y familias, en una turbulencia de pitos, insultos y cánticos racistas constante, sobreviviendo cirugías que a muchos les quitarían las ganas de vivir. Estos hombres que dibujan parabolas y líneas rectas con sus pies, que a punta de sablazos con sus gambas mantienen al gremio de cardiólogos. 22 hombres cuyos gritos de gol generan un efecto mariposa de escala mundial; las emociones se pueden teleportar.
El fútbol mueve fibras porque es un microcosmo de la humanidad. Es belleza y bestialidad. Un juego mágico, pero también de artes oscuras y sangre en los guayos.
Sí. Se compró el mundial con petrodólares. Sí. Murieron miles más de trabajadores de los números que dieron, y miles otros estancados con pasaporte secuestrado. Sí. Tenemos que ser conscientes de que Amir Nasr’Azadani va a morir por un régimen que les prohíbe a las mujeres bailar como Brasileros. Sí. Tenemos un juego desigual y machista que se olvida que esto de provocar grandes emociones no tiene género (vean Brasil vs. EEUU en el 2011).
Que esto nos duela como cuando Mbappe empató, o cuando Montiel sentenció (si eras pro-Francia). Pero de las lecciones del fútbol, esta es la que más rescato: Vivir aceptando la dualidad de la vida, sintiendo todo, haciendo de lo mundano lo interesante, y que la gloria es más por lo que se deja que por lo que se logra.
¡Que viva el fútbol!